
La oración es uno de esos regalos invisibles que a veces no valoramos hasta que realmente la necesitamos. ¿Quién no ha sentido alguna vez ese nudo en la garganta ante una noticia inesperada, una enfermedad, una crisis familiar? En esos momentos, muchas veces no sabemos a quién acudir, pero la oración se convierte en un ancla, un lugar seguro en medio de la tormenta.
En la Iglesia Global Internacional hemos aprendido que orar no solo es hablar con Dios, sino abrir la puerta a lo imposible. Y lo más hermoso es que cuando oramos juntos, los milagros se multiplican. No hablo solo de grandes prodigios, sino también de pequeños cambios: el ánimo que regresa, la reconciliación entre familiares, la provisión inesperada, la salud restaurada, la paz que inunda el corazón cuando menos lo esperábamos.
Permíteme contarte una historia real. Hace algunos meses, una familia de nuestra iglesia enfrentaba una situación difícil: el padre había perdido su empleo y las deudas aumentaban. A pesar de los esfuerzos, la situación parecía no tener salida. Un domingo, compartieron su carga durante una reunión de oración. Toda la iglesia los rodeó, oró por ellos y les brindó apoyo. Semanas después, no solo consiguió un trabajo mejor, sino que también pudieron ponerse al día con sus cuentas. Pero más allá de la solución material, lo que más agradecieron fue no sentirse solos, saber que había una comunidad orando y creyendo con ellos.
Y así, cada semana escuchamos nuevas historias: jóvenes que encuentran sentido a sus vidas, matrimonios restaurados, niños sanados, personas liberadas de la ansiedad y el miedo. La oración no es una receta instantánea, pero sí es un camino de fe y esperanza. Dios responde en su tiempo, pero mientras tanto, la iglesia es ese círculo de manos que sostiene a quien más lo necesita.
En Global Internacional, valoramos profundamente cada petición de oración. Cuando recibimos un mensaje, un correo o una nota, nos tomamos el tiempo para orar, acompañar y, si es posible, brindar apoyo práctico. Porque creemos que la oración también es acción: un llamado a ser las manos y pies de Jesús para otros.
Si hoy estás leyendo esto y te sientes solo, sin esperanza o con el corazón cansado, quiero recordarte que no tienes que cargar con todo. Permite que la iglesia te acompañe en oración. Compartir una necesidad no te hace débil; al contrario, es un acto de valentía y humildad. Y quién sabe, tal vez tu historia de hoy será el testimonio que inspire a alguien mañana.
La oración une, sana y fortalece. Si necesitas oración, no dudes en acercarte. En nuestra iglesia, tu carga será nuestra carga y tu alegría, nuestra celebración.